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Armada de Chile entrega inédito documento sobre la Toma de Posesión de la Antártida chilena

En una emotiva ceremonia celebrada este lunes 31 de mayo en el antiguo palacio de la Real Audiencia de Santiago, institución de la época de la Colonia que años después dará origen a la Corte Suprema, se celebró la entrega de un documento inédito por parte de la Armada de Chile al Museo Histórico Nacional, que recuerda la trascendente visita realizada por el Presidente Gabriel González Videla en el año 1948 al continente blanco, fecha que marca un hito dentro de la historia geopolítica de Chile.

En efecto, se trata del Acta de Toma de Posesión de la Antártida Chilena, un documento histórico, jurídico y político que da cuenta de la toma de posesión de un vasto territorio que permitió completar el caracter tricontinental de nuestro país, junto al continente Sudamericano, los territorios insulares de Sala y Gómez y Rapa Nui, proyectándose Chile no sólo hacia el Océano Pacífico, sino que también hacia el Oceáno Antártico, conformando un triángulo de contenido oceánico.

La Ceremonia de entrega del Acta de Toma de Posesión se efectuó en un marco de solemnidad, a cargo del Auditor General de la Armada, Contraalmirante de Justicia, Cristián Araya Escobar, quien en un discurso magistral destacó los detalles y el valor geopolítico de este hecho histórico jurídico. 

Valparaíso, 31 mayo del 2021

Discurso completo del Auditor General de la Armada de Chile, Contraalmirante de Justicia, Cristián Araya Escobar:

    

ENTREGA DEL ACTA DE TOMA DE POSESIÓN DEL TERRITORIO CHILENO ANTÁRTICO POR PARTE DE LA ARMADA DE CHILE AL MUSEO HISTÓRICO NACIONAL

Nos hemos reunido aquí, en el palacio original de la Real Audiencia de Santiago de Chile, institución que fuera el antecedente colonial de nuestra Corte Suprema de Justicia y cuyo edificio albergó después, sucesivamente, diversas instituciones de la República, incluso al Primer Congreso Nacional en el año 1811, hasta que –en el año 1982- después de su restauración, llegó a convertirse en la sede de este Museo Histórico Nacional, entidad cuyo objetivo principal es dar a conocer la historia de Chile a través de los objetos patrimoniales que custodia.

De esta manera, no podría concebirse un lugar y una institución más apropiados para que la Armada de Chile entregue y deposite, para custodia de toda nuestra Nación, un documento hasta ahora desconocido, que da cuenta o, más que eso, acredita de manera fehaciente un acto magnífico de la historia nacional: la toma de posesión del Territorio Chileno Antártico.

Su texto escrito permaneció olvidado entre los hielos de las Islas Shetland del Sur desde el año 1948 hasta que, en una comisión del Transporte “AQUILES” a la Antártica, en el año 2016, encontramos en un viejo baúl ubicado en las dependencias de la Base Naval "Arturo Prat" este invaluable testimonio, cuya relevancia jurídica y política se encontraba callada y olvidada en las brumas de la historia antártica, pero que lo develamos hoy -en toda su enorme dimensión- para rescatar la verdad del pasado y transmitirlo hacia el futuro de Chile, como un puente que supere ese mar proceloso que nos separa del Territorio Chileno Antártico.

    Este acto histórico, jurídico y político de toma de posesión de un vasto territorio, como todos los grandes actos en la historia de la humanidad, no fue fortuito, no obedeció al acaso; pero tampoco fue producto de un proceso racional y planificado, que científicamente nos llevara hacia ese instante maravilloso. Nada de eso, para que Gabriel González Videla llegara a poner el pie de Chile en el Continente Antártico, se necesitó mucho más que estudios, exploraciones, navegaciones, desembarcos, bases y construcciones; se necesitó mucho más que sortear peligros o soportar soledades y fríos gélidos nunca antes vistos:   se necesitaron sueños; sí, sueños o ilusiones; más que eso, quimeras, que incluso llegaron al delirio, y que forman parte no solo de la historia de Chile, sino que de la historia de nuestra América y de la epopeya castellana que dio origen a nuestro pueblo y configuró nuestro suelo patrio.

Cuando Cristóbal Colón murió, sin haber logrado traspasar los límites terrestres del Nuevo Mundo apenas descubierto, muchos otros exploradores y navegantes del Siglo de Oro español surcaban los mares del Atlántico en busca de más y mayores descubrimientos, de fama, de oro y gloria; entremezclando la realidad y los conocimientos científicos con ideas afiebradas, mitos y leyendas. Eran caballeros del mar, ya no montados en corceles a la usanza del Quijote, sino a bordo de pequeños barcos, pero que también iban cargados de ilusiones y algunas verdades.

         Así, el descubrimiento de Chile en los confines del Nuevo Mundo y su identificación geográfica, se iniciaron primigeniamente con Colón, pero se completaron para el mundo occidental con las hazañas de muchos otros hombres: Magallanes en 1520, Almagro en 1536, Valdivia en 1541. Todos ellos tuvieron como motivo inspirador reconocer esas nuevas tierras y sus mares y lograr definir cartográficamente sus deslindes, para desarrollar su potencial científico, económico y político estratégico.

La Antártica, la más desconocida tierra y la única despoblada de todo el globo, había sido –no obstante- imaginada desde los principios de la historia por los griegos, quienes postulaban su existencia como una amplia tierra antípoda del Ártico, y fue dibujada       –o mejor dicho, soñada- en las primeras cartografías llamándola Terra Australis Incognite. A esta tierra incognita que aún era completamente desconocida en la época de la Conquista Española, se refirieron los versos de Ercilla, que soñaban a Chile y a la Antártica como una potente unidad geográfica meridional:

 

"Chile, fértil provincia y señalada

en la región antártica famosa,

de remotas naciones respetada

por fuerte principal y poderosa."

                     

Así, en la búsqueda secular de esta región famosa, el motor de aquellos hombres y tantos otros, fue la imagen onírica que existía desde antiguo en la conciencia humana, que efectivamente debía existir la Antártica, esa tierra Austral que debía forzosamente ubicarse al Sur o Meridión, en dirección al Polo Sur, toda vez que, si la tierra era esférica, como planteaban Aristóteles y Eratóstenes, las leyes de la simetría hacían necesario un gran continente austral que equilibrase el peso y la superficie continental del hemisferio norte ya conocido.

Esa idea cósmica tenía también en su mente uno de los más grandes descubridores y conquistadores de América, el extremeño Vasco Núñez de Balboa cuando en 1513, varios años antes que Magallanes lograra encontrar el paso interoceánico, decidió emprender la búsqueda de un mar también desconocido: el Mar del Sur, como bautizó al nuevo océano y así se le llamó, por al menos dos siglos, antes que se impusiera la denominación de “Pacífico” acuñada por Magallanes.

Hay quienes dicen que este nuevo mar, cuyos confines deslumbrantes completaron la geografía planetaria, fue primero descubierto por Vasco Núñez de Balboa por la vía terrestre y, luego, fue descubierto por Hernando de Magallanes por la vía marítima. Irrumpe así en la historia el vasto Océano Pacífico, que por mucho tiempo se llamó también “El Lago Español”.

Pero, permítanme detenerme un momento en Núñez de Balboa, y me permito esta licencia, porque su hazaña entronca sorprendentemente con la toma de posesión del Territorio Chileno Antártico, que cuatro siglos después concretaría materialmente el Presidente Gabriel González Videla, al hollar por primera vez el Continente Helado, como Presidente de un estado soberano.

En efecto, en 1510 Núñez de Balboa fundó el primer asentamiento hispano estable en el continente, para afianzar la presencia de España en esas tierras transoceánicas. Lo hizo en el Golfo de Darién y lo llamó Santa María la Antigua del Darién. Al poco tiempo obtuvo informes de caciques indígenas locales sobre la existencia de aquel nuevo mar, que había buscado en vano Colón, el que se encontraría a pocos días de marcha por tierra desde el Golfo del Darién hacia el Oeste. De inmediato el español, junto a otros 190 valientes armados con lanzas, espadas y arcabuces; 800 indios; acuerdos de paz con los naturales del lugar; pero, sobre todo, armado de una tenacidad inclaudicable, emprendió rumbo a través de los pantanos y selvas tropicales del actual Istmo de Panamá, hasta llegar a los faldeos de una cordillera que se alzaba entre el Atlántico conocido y el nuevo mar desconocido. Cuentan los cronistas que Balboa, después de varios días de fatigosa travesía, dejó a su disminuida hueste descansar antes de llegar a la cima y emprendió el último trecho hacia la cumbre en solitario, porque quiso guardar para sí, exclusivamente, ese momento histórico en que el primer europeo contemplaría el otro inmenso mar.

Como dice el historiador español Antonio Gutiérrez Escudero en una bella metáfora, “Balboa vio cómo se extendía a sus pies la inmensa llanura salada del océano Pacífico”.

En ese instante glorioso la leyenda terminó y comenzó la historia de un océano inmenso, que completaba la cartografía terrestre hasta las costas de Cipango y Catay.

Luego de aquel segundo inenarrable, el descubridor llamó a sus seguidores y el padre Andrés de Vera rezó el correspondiente Te Deum Laudamus, tallaron una cruz con los brazos extendidos hacia ambos océanos, y Núñez de Balboa procedió a adquirir ese Mar del Sur para los altos y poderosos soberanos de Castilla y León.

Pero tal avistamiento, aunque gigante, en la fantasía del descubridor se extendía aún más allá de aquellas extensiones azules que se cortaban en el horizonte: en la mente de Balboa existía la conciencia ancestral de todo aquello que existía al otro extremo de lo que sus ojos podían ver y, en un acto teatral, extendió su brazo para tomar posesión no solo de ese mar, sino que además, como consta del acta redactada in situ por el escribano Andrés de Valderrábano, de todas las “tierras, costas, puertos e islas australes, con todos sus anexos y reinos y personas… así en el polo Ártico como en el Antártico, en la una y otra parte de la tierra equinoccial, dentro o fuera de los trópicos de Cáncer y Capricornio…”.

El naciente imperio se apoderaba así, en un acto colosal, de todo aquello a donde conducía el Mar del Sur, incluyendo expresamente a la Antártica, tierra aún desconocida, pero incorporada simbólicamente al dominio español.

Nunca más la Antártica, ni parte alguna de ella, fue tomada a título de poseedor y dueño por otro poder soberano, sino hasta 1948, fecha memorable en que la República de Chile, legítima heredera del Imperio español conforme al uti possidetis iuris, tomó material posesión solemne del Territorio Chileno Antártico, a través de su Presidente don Gabriel González Videla, como consta del documento de inestimable valor jurídico que hoy día entregamos al Museo Histórico Nacional.

¡Qué efectos históricos, jurídicos y geopolíticos más impresionantes!

Una primera y genérica toma de posesión ficta por parte de Vasco Núñez de Balboa es seguida, más de cuatrocientos años después, por una segunda y específica toma de posesión real o material por parte de Gabriel González Videla, referida ya a aquella parte de la Antártica que había sido delimitada previamente, en 1940, entre los meridianos 53 y 90 Oeste, por Pedro Aguirre Cerda.

Siglos de sueños, estudios, navegaciones y sufrimientos indecibles, de griegos, romanos, españoles, chilenos y tantos otros, se resolvieron en ese fulguroso momento, cuando el Presidente de Chile completaba la ruta secular iniciada en el Istmo de Panamá para poner finalmente el pie soberano en aquella Terra Australis Ignota.

 Ese día histórico, en la ya existente Estación Meteorológica y Telegráfica "Soberanía" en la isla Greenwich, que forma parte de las islas pre-antárticas Shetland del Sur, el Presidente de la República de Chile, arribando por mar a bordo del Transporte “Presidente Pinto”, tomó posesión material del actual Territorio Antártico Chileno, en los siguientes términos:

 

"Con emoción de chileno, de ciudadano y de Mandatario, pongo pié en esta Base "Soberanía", reafirmando los seculares e indiscutibles derechos de Chile sobre esta parte del Territorio Antártico, y hacemos formal protesta ante los pueblos del mundo, que la presencia del Jefe del Estado, de los miembros del Parlamento, del Ejército, de la Marina y la Aviación, representantes de la Prensa Nacional, de las Organizaciones obreras y de cuatro mujeres chilenas dignas exponentes del arrojo y patriotismo del alma femenina, significa la resolución irrevocable de nuestra patria, de defender con la vida si fuere necesario la integridad de nuestro territorio nacional, que se extiende desde Arica al Polo Sur.

Soberanía, a 17 de febrero de 1948. 

Gabriel González 

Presidente de Chile

Rosa M. de González

Rosa G. de Claro"

 

Tales palabras, que quedaron escritas en el Libro de Visitas que se custodiaba en las instalaciones semicilíndricas de la antigua base "Soberanía" y que hoy entregamos con emoción, fueron seguidas de hechos materiales de aquellos a que solo da derecho el dominio, pues esa misma expedición presidencial a bordo ahora de la Fragata "Covadonga" y el Transporte "Rancagua", continuó su navegación al Sur para desembarcar en Puerto Covadonga, en tierra firme continental, y tomar posesión definitiva de la Península Antártica, hasta el Polo Sur, conforme al designio recién emitido en la Base "Soberanía".

Este acto de  valentía presidencial, efectuado en un contexto internacional adverso y de creciente tensión no sólo diplomática, sino que bélica, se concretó en esas latitudes mediante la inauguración de la Base "O’Higgins", que había sido construida previamente ese mismo verano durante la primera fase de la expedición.

En efecto, mientras nuestros marinos remaban una y otra vez, incansablemente, desde las naves fondeadas en la Rada Covadonga hasta tierra firme, descargando los materiales y pertrechos necesarios para la apresurada construcción de la Base, Chile enfrentaba protestas diplomáticas oficiales del gobierno británico; solicitudes del mismo para someter el asunto a la Corte Internacional de Justicia de La Haya; conminaciones a retirar las instalaciones de la ya establecida Base "Soberanía"; e, incluso, el envío del Gobernador de las Islas Falklands a isla Decepción a bordo de un crucero, junto a otro buque de guerra británico que se desplazaba a la zona. Además, el Almirantazgo Británico dispuso el zarpe amenazante de su crucero de nueve mil toneladas "Nigeria", desde Simonstown, África del Sur, para apoyar al Gobernador de las Islas Falklans en la protección de la pretendida soberanía británica en la Antártica. Por su parte, Argentina informó que una fuerza naval de operaciones, integrada por cruceros, cazatorpederos y aviones, partiría de Puerto Belgrano el 12 de febrero de ese año.

A todo ello, el Presidente de Chile se negó y respondió con el Acta de Toma de Posesión en la Base "Soberanía" en la isla Greenwich, Shetland del Sur, y con la inauguración de la Base "O’Higgins" en la Península Antártica. 

         De esta manera, no sólo las islas antárticas, sino que las tierras firmes antárticas, desde la península continental hasta el Polo Sur, pasaron irrevocablemente a constituir parte indivisible del territorio físico soberano de Chile, conforme a la proyección geográfica que se extiende desde las tierras de Magallanes.

    

Esta ignota Terra Australis, cubierta de hielo, antes llamada Península Palmer, se rebautizó entonces por Chile con el nombre evocador del Prócer de la Patria: "Tierra de O'Higgins".

 

Cabe entonces señalar que, la naturaleza jurídica del acto que nos ocupa, y cuyo documento entregamos a este Museo Histórico Nacional, solo tiene parangón en nuestra historia con la toma de posesión del Estrecho de Magallanes por el Capitán de Fragata Juan Williams el 21 de septiembre de 1843, a bordo de la Goleta "Ancud"; y, con la toma de posesión de la Isla de Pascua por el Capitán de Corbeta Policarpo Toro, el 9 de septiembre de 1888, a bordo del Transporte "Angamos".

 

En este contexto, la toma de posesión de la Antártica a mediados del Siglo XX, adquiere una coherencia y relevancia geopolítica de tal magnitud, que viene a completar el carácter tricontinental de Chile, pues nuestro territorio ubicado en Sudamérica y nuestros territorios insulares de Sala y Gómez y Pascua ubicados en Oceanía, se proyectan ahora no sólo hacia el Océano Pacífico, sino que también hacia el Océano Antártico, conformando un triángulo de contenido oceánico inmenso donde Chile y su Armada han decidido actuar conforme al Derecho Internacional Marítimo, ejerciendo sus derechos y obligaciones en los mares territoriales, zonas contiguas, zonas económicas exclusivas y plataformas continentales correspondientes, pero también en el extenso Mar del Sur que estos vértices encierran a partir del Territorio Chileno Antártico, que se inicia precisamente en el Polo Sur, constituyéndose en el pivote extremo de todo el territorio y mar de Chile.

Sin embargo, cuando la Toma de Posesión inscribió legítimamente este dominio inalienable de esa parte de la Antártica a nombre de Chile, nuestra nación debió enfrentar durante la década de los cincuenta del siglo pasado, el expansionismo de algunas potencias europeas y los intereses de otras, además de un intento tenaz por establecer un fideicomiso y luego internacionalizar la Antártica en el marco de la Organización de Naciones Unidas. Esta  crisis internacional fue resuelta diplomáticamente por Chile mediante la firma y suscripción, el año 1959 -en conjunto con los 12 países involucrados-, del Tratado Antártico que, amainando las tensiones, vino a establecer una moratoria sobre las reclamaciones territoriales, prohibiendo nuevas reclamaciones de soberanía territorial y ampliaciones de las reclamaciones anteriores dentro del círculo polar antártico. Ello, evidentemente, se pactó solo mientras se encuentre vigente el Tratado, sin perjuicio de destinarse mientras tanto esos extensos territorios a fines tan loables como son su uso exclusivamente pacífico y con fines de investigación científica, lo que regirá también mientras el pacto subsista y en principio solo respecto de aquellas naciones que han suscrito el Tratado. 

No obstante y sin perjuicio de todo lo anterior, Chile declaró expresamente al momento de la firma de ese instrumento, que mantenía su soberanía sobre el Territorio Antártico Chileno, cuestión fundamental que quedó especialmente amparada en el Tratado, para todos los firmantes, en la siguiente norma jurídica: "Ninguna disposición del presente Tratado se interpretará: a) Como una renuncia, por cualquiera de las Partes Contratantes, a sus derechos de soberanía territorial o a las reclamaciones territoriales en la Antártida, que hubiere hecho valer precedentemente;..."

 

A nadie escapará, entonces, que las crecientes transformaciones globales, especialmente las reestructuraciones de poderes nacionales e internacionales y la realidad del cambio climático y la contaminación a nivel planetario, tendrán un inminente efecto en el contenido y vigencia del Tratado Antártico y sus convenciones complementarias. Ello, porque no puede descartarse una eventual vulneración del Sistema del Tratado Antártico por estados no parte del mismo; o su propio debilitamiento por denuncia de alguno de sus estados parte; o, incluso, su modificación o término, a manos de sus actuales miembros, hipótesis que solo vendrían a restablecer el serio conflicto de la "cuestión antártica" que dificultosamente fue posible amagar con la entrada en vigencia del Tratado, recién el año 1961.

 

El Sistema del Tratado Antártico no es, pues, un caso cerrado y su proyección política y jurídica en el concierto internacional están por verse, correspondiéndole a Chile un rol señalado en el futuro de la región antártica.

 

Y será entonces, cuando el magno acto de toma de posesión de la Antártica chilena, cuya copia hoy depositamos para la custodia y conciencia de la Nación, recuperará su valor inconmensurable, como culminación del largo camino hacia la Terra Australis Ignota que iniciara un día de 1513 Vasco Núñez de Balboa y completara Gabriel González Videla en 1948, confirmando los títulos de dominio históricos, geográficos y jurídicos seculares del Territorio Chileno Antártico.

Para terminar, quisiera repetir las palabras que González Videla pronunció en un discurso vibrante en la Base Soberanía de la Armada de Chile, ubicada en las Islas Shetland del Sur, un 17 de febrero de 1948: 

“A todo Chile, que estoy cierto está pendiente de este acto memorable, yo le brindo esta tierra del mañana, seguro de que su pueblo sabrá mantener virilmente la soberanía y la unidad de nuestro territorio, desde Arica al Polo Sur.”.

 

He dicho.

 

 

 

 

Cristián Araya Escobar

Contraalmirante de Justicia

AUDITOR GENERAL DE LA ARMADA



 

 

 

 

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